El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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miércoles, 14 de marzo de 2012

Canetti ante Musil

Robert Musil
   De Robert Musil, el autor en lengua alemana que más admiró en su tiempo, Canetti obtuvo a partes iguales reconocimiento y desdén: “Quizá la satisfacción más pura de mi vida: el reconocimiento de Musil”, dice, así de tajante, en El suplicio de las moscas. En el tomo de su autobiografía titulado El juego de ojos es más explícito y equilibrado: un Musil esquivo y soberbio, que ha pasado de los cincuenta y no ve fin para El hombre sin atributos, conoce a un Canetti que apenas llega a los treinta, joven prometedor que se desenvuelve bastante bien en las lecturas públicas y dice admirar los dos tomos editados hasta el momento de esa gran novela en curso. Musil sabe perfectamente lo que se trae entre manos, pero también necesita el ánimo y apoyo de los otros, aunque no de cualquiera, por eso siempre quiere saber, ante las manifestaciones laudatorias de los admiradores espontáneos, al lado de qué otros autores lo colocarían, y dependiendo de la respuesta puede llegar a ser extremadamente desdeñoso. Considera a Broch un impostor, a Mann un megalómano (“El burgués Thomas Mann, la voz de la nación”, escribe en sus diarios), a Joyce un novelista descarriado y sin conocimientos de psicología, de Werfel se ríe sin miramientos, a Zweig y otros escritores de éxito sólo puede despreciarlos; de sus contemporáneos valora a Kafka, Rilke, Perutz y Walser; pero sus mayores reconocimientos apuntan a Dostoievski, Flaubert, Hamsun y… D’Annunzio. No era muy tratable Musil. Aun así, cuando Canetti le envía su Auto de fe, empieza a leerlo y le parece una novela soberbia. Sale de su concha y le manifiesta de viva voz su aprecio. A Canetti, que está obnubilado y no acaba de creérselo, sólo se le ocurre comentar que también Thomas Mann le ha expresado por carta su apoyo. Es una mala ocurrencia, para Musil no se puede estar en dos bandos al mismo tiempo, elegir un camino es dar la espalda a otro, hacer amigos es crearse enemigos. A partir de entonces el trato que depara a Canetti se vuelve cortés y educado, pero frío, nunca será ya tan franco y amistoso como en ese momento inicial, ahora echado a perder. Por eso Canetti, que obtuvo realmente el interés de quien a sus ojos era el mejor escritor del momento, puede recordar medio siglo después del episodio la satisfacción que le causó el reconocimiento de Musil, aunque calla lo que vino después, algo que ha debido causarle un triste desasosiego durante decenios. Habrá tenido tiempo para sopesar el rigorismo de Musil, y seguro que lo ha podido relacionar con las quejas de Kafka sobre castigos mayúsculos a culpas minúsculas o inexistentes. Canetti ha escrito algunas de las mejores páginas que existen sobre Kafka; pero no escribió más novelas. Por su parte, Musil nunca cita a Canetti en sus voluminosos diarios.

Elias Canetti

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