El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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domingo, 11 de marzo de 2012

La crisis de Ulrich

    La nombrada Acción Paralela es el acto institucional con el que se va a preparar en Kakania (Imperio austrohúngaro), desde cinco años antes, el jubileo del setenta aniversario en el trono de su Emperador Francisco José, previsto para 1918. Con este suceso intenta Austria adelantarse por una vez a la siempre envidiada Alemania, que proyecta una celebración similar con motivo del trigésimo año en el trono de Guillermo II (y por ello la Acción austrohúngara se llama Paralela o Colateral); pero como la celebración alemana tendría lugar en junio, y la austríaca en diciembre, se resuelve en el Imperio declarar todo el 1918 “Año Jubilar de nuestro Emperador Pacífico”, según informa por carta su padre a Ulrich, instándolo a sumarse al proyecto. Ulrich es el personaje principal de la novela inacabada de Musil, arquetipo del “hombre sin cualidades”, un sujeto sin predicados que sopesa la posibilidad de tomarse unas vacaciones, algo así como un año sabático de la vida, una vez desencantado de su experiencia militar, de los estudios de ingeniería y de un doctorado en matemáticas. Finalmente entra en política, como secretario de la ya nombrada Acción Patriótica, en parte por dar gusto a su padre, y sobre todo con el fin de procurarse, en uno más de sus raptos de debilidad, y por si ello fuera aún posible, alguna propiedad o atributo que hacer pender de su melancólica personalidad. Tan firme es su repentina decisión que promete suicidarse si al final del año que se ha dado de plazo no llega a dar con un modo satisfactorio de vida.
   La Acción Paralela cumple en la novela un doble papel: por un lado, es el Ideal que podría recomponer una sociedad decadente y en plena descomposición, pues no hay que olvidar que los sucesos narrados transcurren entre 1913 y 1914, momento en que el espíritu de la sociedad austríaca inmediatamente anterior a la Gran Guerra, por decirlo como Musil, “ofrece la imagen de un mercado público” [HsA, II, 137]; y por otro lado es la ocasión, tomada con reservas por su protagonista, de aglutinar en torno a un carácter propio su desperdigada personalidad. Los dos frentes de la reflexión, el social y el individual, quedan así ligados desde el arranque de la obra.
   En ambos casos se trata de remediar una situación de crisis. La social hay que remitirla, como decimos, a la inestabilidad finisecular y de los primeros lustros del siglo XX en el Imperio austrohúngaro, pero la crisis aqueja también a las costumbres de una sociedad con “espíritu de tendero” [E, 119] capaz de reutilizar cualquier contradicción en beneficio propio siempre que se lo haga con el suficiente tacto y los papeles en regla (postura que encarna a la perfección el industrial Arnheim). La crisis es el nombre con que conocemos esta esquizofrenia de la historia reciente de Europa, y tal vez de todo el siglo XX y hasta de la actualidad, por cuya influencia uno se precia de convivir con una amalgama de tendencias contradictorias, de modo que tácitamente se suspende el juicio y la decisión personal, puesto que no es posible resolver la ambivalencia de los hechos [HsA, II, 362; IV, 481], lo que a la postre redunda en una dudosa capacidad para mantenerse a igual distancia de la verdad y la mentira, lo verdadero y lo falso.
   Ulrich tendrá que enfrentarse a esta tendencia, distinguiéndose de la moral que concilia las verdades más elevadas con lo exigido por los negocios [HsA, I, 121] en que sí es consciente de los subterfugios idealistas. A sí mismo se ve como un individuo tan pronto nihilista como activo y práctico, pero siempre una u otra cosa, y si los hombres se dividieran, como él cree, en apetitivos y no‑apetitivos, carnales o vegetativos, con o sin atributos, en él se cumplirían siempre los segundos rasgos, siendo como es un tímido de decisiones difíciles y envuelto en una nostalgia inexpresable [HsA, IV, 349]. A pesar de todo, es gracias a este estado de inseguridad como llega a descubrir una vía de superación de la hipocresía moral, mediante una lógica de la analogía [E, 86] con la que intenta comprender la diferencia pero también la conexión de la razón con la vida. Ulrich propone un método de comprensión del mundo que es puramente fenomenológico, pues parte de tomarlo a éste como se lo vive, como una pura alegoría [HsA, IV, 432], y sugiere que la condición indispensable para la adquisición de espíritu es la previa convicción de que se carece de él [HsA, II, 88], apuntando de este modo a un buen sentido de la crisis, un sentido socrático y metaforológico, por el que alza el vuelo apoyándose en las inseguridades de la vida y la razón.
   El relato de ese descubrimiento exige casi dos mil páginas.

 
Referencias:
Robert Musil: Ensayos y conferencias. Madrid:  Visor (La Balsa de Medusa), 1992. Traducción de José L. Arántegui. Citado en el texto como E.
Robert Musil: El hombre sin atributos I (trad. J. Miguel Sáenz). Barcelona: Seix Barral, 1981; II (trad. J. Miguel Sáenz). Barcelona: Seix Barral, 1986; III (trad. Feliù Formosa). Barcelona: Seix Barral, 1986 y IV (trad. Pedro Madrigal). Barcelona: Seix Barral, 1990. Citado en el texto como HSA.

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